EL SEÑOR DE LAS PEÑITAS
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Cada Quinto Viernes de Cuaresma se celebra en las afueras de la comunidad de Reyes, Etla, una tradición centenaria que tiene sus orígenes en los tiempos ancestrales de los Viejos Abuelos.
En efecto, la tradición anahuaca de celebrarle a los “seres vivos” con los que compartía el mundo y la vida, y en este caso en especial, con un promontorio rocoso que tiene huellas de ser utilizado por el hombre prehistórico.
Para la filosofía milenaria de nuestros Viejos Abuelos toltecas llamada Toltecáyotl, fueran zapotecos, mayas o nahuas, todo lo que estaba en este mundo tenía vida, fueran animales, vegetales y minerales. De este modo se “veneraba” a las montañas que poseían una fuerte carga energética.
Esta enorme peña o roca, durante miles de años ha sido un lugar de “pedimento”. Por la Conquista y la resistencia cultural, las milenarias tradiciones, usos y costumbres, tuvieron que ser modificados para sobreponerles las formas religiosas y culturales de los colonizadores, pero en su centro, pero su esencia queda intacta y la gente sigue atávicamente haciendo sus “casitas” en la cúspide de la gran roca, para dejar su pedimento.
Como los españoles no pudieron erradicar la costumbre sagrada, construyeron una ermita y crearon una nueva veneración, ahora al “Señor de las Peñitas” y la gente sigue llegando de lejanos lugares a hacer “su pedimento” a esa fuerza energética que se encuentra en la gran roca.
Finalmente lo importante no es “adorar” a una figura en el templo o a una gran roca, lo importante es que los hijos de nuestra Madre Querida Tonatzín, sigan amando y sintiendo que existe un contacto espiritual entre ellos y la naturaleza. Que no están solos y que son escuchados.
Este es el punto de nuestras “tradiciones y costumbres”, que hacen de “Oaxaca la reserva espiritual de México”. Los mexicanos en general, pero los oaxaqueños en particular no hemos quitado de nuestra alma la esencia espiritual que nos ha marcado durante ocho mil años.
El verdadero mestizaje de México es el cultural. Así lo muestran los innumerables rostros de todos los “Mexicos” que habitan en cada estado, en cada región, en cada familia y en cada persona. La riqueza de México es que somos todos en uno y uno en todos. La Civilización del Anáhuac no ha muerto, sigue viva y vigente y se manifiesta en muchas formas, tanto urbanas como rurales.
La maravilla de nuestro país es que aunque nadie usa en la actualidad para vestir el maxtla, plumas, tilma o copilli, pero todos comemos frijoles, chile, tortillas, tamales, bebemos chocolate, agua de chía, mascamos chicle y vestimos a la usanza occidental, usamos celular y vehículos de combustión interna para transportarnos.
Seguimos siendo “en esencia” anahuacas zapotecos, mixtecos, mayas, nahuas, purépechas, totonacas y un largo etcétera. Como todos los pueblos del mundo hemos cambiado. Los suecos y noruegos siguen siendo “vikingos”, aunque ya no usan pieles para vestir, cascos con cuernos y ya no se transportan en sus típicas naves de remos.
Por vivir en una sociedad colonial que rechaza la cultura originaria, a la que pertenece la mayor parte del pueblo, tenemos una “cultura dominante” extremadamente racista y clasista, que excluye y rechaza cualquier valor de los invadidos y exalta todo valor de los invasores.
La desgracia de México es justamente éste rechazo y desvalorización de “lo propio-nuestro”, de lo mejor de nosotros mismos y la búsqueda ilusoria de ser lo que jamás seremos. Por estas razones “Oaxaca ocupa un lugar muy importante en el rostro y corazón de la nación”.
En Oaxaca somos y vivimos, como en muchas partes del país se ha perdido y olvidado esa forma tan propia de ser esa maravillosa mezcla cultural de pueblos y sabidurías de Europa, África, Asia y desde luego, con la base fundamental del Anáhuac. En apenas 50 años se ha perdido muchas de las tradiciones y costumbres del país.
“El Señor de las Peñitas” en el Quinto Viernes de Cuaresma reúne a mucha gente, que intuitivamente sigue fiel de manera atávica a la tradición de venerar esa inmensa roca que tiene vida y que escucha a quien le hace “su pedimento” con la debida devoción. La permanencia de la espiritualidad en nuestros tiempos de materialismo, globalización y neoliberalismo es un verdadero tesoro humano.
Esta es la mayor riqueza de los pueblos y culturas oaxaqueñas. Esta viva pasión por la espiritualidad, por la comunalidad, por la familia, que se vive en las ocho regiones de diversas maneras, pero que todas ellas se hermanan en los valores y principios ancestrales de nuestra Cultura madre.
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