OAXACA Cuna y destino de la Civilización Americana. Juan Arturo López Ramos


Escrito por Guillermo Marin el .

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CONCLUSIONES

 

En la construcción de Mesoamérica, una región tan amplia y tan diversa, participaron hombres de diferentes localidades, distintas lenguas y heterogéneos grados de evolución social, y cada uno de ellos fue aportando sus particularidades, que en algunos casos traspasaron sus propias fronteras y  penetraron el espíritu Mesoamericano.  

En el periodo formativo destacan apenas dos decenas de lugares repartidos en las tierras altas: Tlatilco, Tlapacoya, Coapexco, Gualupita,  Atlihuayan, Chalcatzingo, las Bocas, Coxcatlan, Teopantecuanitlan y Oxtotitlan; en Oaxaca: Nochixtlán, Etlatongo, Cuicatlán,  San José Mogote y Tierras Largas;  en las tierras bajas de Veracruz, Tabasco y Chiapas: La Venta, San Lorenzo, el Manatí, las Limas Mirador-Plumajillo, Chiapa de Corzo y en las costas sur de Guatemala y Nicaragua, Paso de la Amada. 

Todos estos sitios mantuvieron comunicación e intercambios entre si y contribuyeron en forma destacada al desarrollo mesoamericano.

 

 


 

Pero en ningún lugar de Mesoamérica como en los Valles Centrales de Oaxaca, es posible documentar el alto número de aportaciones, la notable importancia intrínseca de las mismas, su   gradual  perfeccionamiento, su vigencia milenaria y su inclusión en un modelo social que arribó a  la construcción de un Estado, simbolizado en Monte Albàn, cúspide de la civilización zapoteca,  cuya influencia se expresó tan vigorosa y profundamente que perduró a su propia caída, a través de la ascendencia que tuvo primero sobre Teotihuacán y después sobre los Mixtecas, herederos de su cultura, la cual enriquecieron con sus propios aportes y la transmitieron a otros pueblos para su posterior florecimiento, como los Toltecas, Cholultecas, Texcocanos y particularmente los Aztecas.

 

La contribución de los antiguos oaxaqueños no fue únicamente de carácter material, sino que destacaron también por sus elevados valores sociales, muchos de los cuales se conservan hasta la fecha. Son tesoros intangibles que están entre nosotros. Aunque a veces no lo percibimos, los mexicanos estamos inmersos en una cultura negada, pero que aflora continua, cotidianamente. Cuando para expresar el afecto que sentimos por un amigo  decimos que es mi “cuate” estamos recordando a Quetzalcóatl, la dualidad divina, el gemelo precioso y le estamos diciendo a nuestro amigo que es nuestro hermano.


 

Si hemos tenido dificultades y alguien nos pregunta cómo nos ha ido, simplemente respondemos: “del cocol” haciendo referencia a cocolixtli, vocablo náhuatl para decir, peste, epidemia, enfermedad. Cuando alguien estornuda, decimos “se están acordando de ti” como lo hacían los antiguos mexicanos, y cuando un niño muda un diente, le decimos que el ratoncito va a venir por él, igual que nuestros antepasados, como lo consigna Sahagún.


 

Las empresas comunales de la sierra norte en Oaxaca, son un ejemplo de armonía con la naturaleza y de alta responsabilidad social,  y sus utilidades las reparten en primer lugar, a las viudas y a las mujeres solas.

Con tantos testimonios de orgullo y dignidad que nos ofrecen los pueblos indígenas, los mexicanos debemos aceptar con plenitud que venimos de esta herencia magnífica y convertir esta convicción,  en un poderoso instrumento de progreso e integración social.



 

En la medida en que apoyemos las verdaderas potencialidades de nuestro pueblo, enraizadas en profundísimas raíces, alcanzaremos mejores niveles de bienestar. Hace casi ochenta años las autoridades de Oaxaca invitaron a las etnias y regiones del estado a presentar su música y sus danzas y surgió así, con elementos del pasado e ingredientes musicales contemporáneos,  el más bello espectáculo folclórico de América latina: La Guelaguetza. Jóvenes estudiantes de diversas escuelas oaxaqueñas han viajado prácticamente por el mundo entero presentando con orgullo  este admirable y  fascinante conjunto de bailables.
 


Tomado del Libro:

“Oaxaca Cuna y destino de la Civilización Americana”.

De Juan Arturo López Ramos.

Edición de autor.

Oaxaca 2010. México.

 

 

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