UN CAFÉ EN LOS PORTALES DE OAXACA
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Vivir en Oaxaca es un deleite y un desafío cotidiano. Deleite en cuanto que la calidad de vida que ofrece, tal vez sea una de las más altas del mundo. Desafío en cuanto que el espíritu tiene que vivir de puntitas , pues al menor descuido la magia se pierde.
En efecto, la ciudad de Oaxaca tiene una energía que envuelve sigilosamente a todo aquel que arriba a la Verde Antequera. Dentro de los muchos deleites que tiene esta maravillosa ciudad, tomarse un café en los portales, es para el que escribe, un acto de lujuria silenciosa o del disfrute de gratas compañías.
Existen tres portales y en sus corredores se puede paladear la comida oaxaqueña y deleitarse con su exquisito café, que se disfruta entre el pasar de la gente en su cotidiano trajinar, las osadas palomas y los vendedores de artesanías, sin dejar de nombrar a nuestras cuatro o cinco limosneras profesionales, que periódicamente pasan entre los turistas a cosechar su cuota generada por el folklore de la pobreza .
El zócalo es un oasis de verdor en medio de una ciudad colonial hecha de cantera y adobe. Sus maravillosos árboles son un verdadero estallido de todos los tonos del verde, que se proyecta hacia el limpio y azulado cielo oaxaqueño.
Esta plaza tiene su propia magia y posee una personalidad muy intensa, que no fuerte, toda vez que al disfrutarla, genera un estado de paz, armonía y bienestar, que termina purificando a propios y extraños.
El zócalo tiene a sus tradicionales boleros , que son verdaderos personajes del corazón de la ciudad, pues existe un submundo muy complejo entre los boleros, los comerciantes ambulantes, los trovadores, los globeros, los comerciantes del kiosco y los inspectores del municipio. El zócalo tiene hasta su loco , que es muy cuerdo en los negocios del pedir .
El zócalo de la ciudad es un espléndido centro cultural, además de los conciertos de la centenaria Banda Sinfónica del Estado, se escuchan los conciertos de La Marimba del Estado, así como diversas actividades de la cultura popular que
van desde la tradicional Noche de Rábanos, pasando por las calendas y convites de las fiestas de los barrios y templos de la ciudad, hasta las continuas manifestaciones, que ya forman parte del folklore oaxaqueño.
Por todo esto, el zócalo oaxaqueño es un punto de encuentro, no sólo de sus habitantes, sino de visitantes del interior del estado, del país y del mundo entero.
Centro cosmopolita que invita al disfrute, a la serenidad, a la gozación más genuina y natural del ser humano. Con los espléndidos edificios que le rodean, como es el Palacio de Gobierno.
O la majestuosa Catedral con sus torres recortadas, que nos gratifica con su inmensa masa de cantera verde y que a pesar de su impresionante volumen se integra armoniosamente con el atrio, al conjunto que se conecta con la llamada Alameda del General Antónimo de León.
Un paseo por el corazón geográfico de la ciudad nos abre las alas de la percepción y la sensibilidad fluye lenta y tranquilamente, nos exalta el espíritu y nos fortalece el alma, nos reconcilia con la civilitas y con los espacios que el ser humano ha construido.
El Centro de Oaxaca nos enseña que la materia y el espíritu no están reñidos, por el contrario, se apuntalan mutuamente y es tal vez, acaso lo que mejor nos enseña esta noble ciudad, pues el equilibrio y la armonía, son los elementos permanentes en cada rincón, en cada esquina, en cada balcón de esta noble y leal ciudad de Oaxaca.
A partir de su traza en 1529 realizada por Antonio García Bravo, la ciudad empieza a crecer hacia los cuatro rumbos de la existencia, desde este centro telúrico, que le da vida a la piedra verde y que transforma a la luz y al tiempo.
En efecto, la magia de Oaxaca que todos la sienten, pero sólo los espíritus más evolucionados la entienden en toda su dimensión, pues únicamente la sensibilidad permite registrar los sutiles y extraños cambios que la energía magnética ejerce sobre la luz, la materia y el espíritu humano.
Esta es la razón por la cual los Viejos Abuelos edificaron Monte Alban en medio de este valle hace dos mil quinientos años y la razón por la cual trabajaron incesantemente de generación en generación, a lo largo de mil trescientos años, en un portentoso proyecto que, materializa en la roca la fuerza del espíritu humano.
Así que no es de extrañar, que los jóvenes abuelos, durante el periodo colonial edificaran con sus habilidosas manos de luz, majestuosos templos y conventos, bellísimos retablos y delicadas yeserías. Pues debemos de reconocer que las ideas fueron españolas, pero las manos que las realizaron fueron indígenas.
Esta hermosa y noble ciudad de Oaxaca de Juárez, con su gente, sus tradiciones, fiestas, usos y costumbres. Con sus edificios, templos, plazas, jardines y mercados. Con su música, su danza, su suculenta comida y sus exquisitas bebidas, embrujan, cautivan y seducen, poco a poco a nuestros visitantes.
Ya que la materia se transforma por las misteriosas fuerzas magnéticas, que estremecen al espíritu y lo purifican, haciendo de los oaxaqueños un pueblo de artistas.
Pintores, músicos, artistas populares, verdaderos maestros en la madera, el barro, los textiles, la tabalartería, la hojalata, el acero, la jarcería. Manos sensibles, manos de luz que multiplican las imágenes en un calidoscopio de colores, texturas y formas.
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Porque el pueblo oaxaqueño vive aferrado tercamente a sus ancestrales valores y se ha sabido apropiar del conocimiento externo, para reforzar su cultura propia. Es el caso de las bandas de música de aliento, que llegaron con los expedicionarios franceses en el siglo XIX y que los pueblos indígenas se las apropiaran totalmente, formando parte indisoluble de las manifestaciones culturales de las comunidades.
Esta capacidad de adaptación y apropiación, en base a la alta sensibilidad y desbordante creatividad e imaginación, así como su capacidad para acrecentar y preservar su cultura propia, han hecho de los pueblos oaxaqueños una pieza fundamental en el mosaico pluricultural de la nación mexicana.
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Es por ello que venir por las mañanas o por las tardes a disfrutar de una aromática taza de café en los portales de Oaxaca y caminar sus céntricas calles, es poder detener por un momento la grosera inercia de la vida material y recrearse internamente en el maravilloso asombro del sentirse vivo y conciente de la luz, el color, el sonido, las formas, el tiempo y el ritmo de la vida.
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Es todo esto, lo que hacen de Oaxaca una ciudad única en México. Más allá de su modesto patrimonio monumental, es la energía magnética y telúrica de estos valles rodeados de un mar de montañas, que sale de lo profundo de la tierra e irradia y purifica a sus hijos, lo que le da esta riqueza indescriptible y la lleva a ser a Oaxaca, la reserva espiritual de México .
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Es por ello que todos los días, desde que decidí vivir en esta generosa ciudad, que me ha enseñado amorosamente a formarme como un Ser Humano, vengo religiosamente a estos portales a tomarme un café y a disfrutar de ver pasar a la gente, el tiempo y mi vida.
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