Tumba Zapoteca de Huijazoo, Suchilquitongo
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Los Viejos Abuelos en el período Clásico o del esplendor, generalmente no construían pirámides para fines mortuorios. Hasta ahora la única pirámide descubierta hecha ex profeso como una tumba es la del Señor de Pacal en Palenque, Chiapas. Las tumbas que tenemos son del período Postclásico y fueron construidas en las ruinas abandonadas del período Clásico, como es el caso de la famosa Tumba 7 de Monte Alban.
Sin embargo, en el Cerro de la Campana en Suchilquitongo, a unos 29 km. de la ciudad de Oaxaca hacia el Valle de Etla, existe un espléndida tumba zapoteca y que los Arqueologos la sitúan perteneciente al último tercio del período Clásico zapoteca, entre los años 650 y 900 d.C. Aunque no está abierta al público por motivos de conservación, toda vez que si se abriera, muy pronto se borrarían los espléndidos frescos con que está decorada.
La zona arqueológica está a noventa metros de altura del Valle y está compuesta por una serie de montículos o “mogotes” que delinean claramente que son pirámides o juegos de pelota cubiertos de tierra.
La tumba fue descubierta en el año de 1985, por el Arqueólogo Oaxaqueño Enrique Méndez Martínez. Está distribuida en tres partes: una primera antecámara con dos nichos, una segunda cámara amplia con un patio, dos nichos grandes y cuatro pequeños y una cámara funeraria.
Lo más sobresaliente de la tumba son sus frescos con más de mil años de antigüedad y que mantienen incólume la memoria de nuestros Viejos Abuelos. Raíz y esencia de un pueblo que a través de la cultura y el arte ha venido dejando testimonios de su exaltada visión de la trascendencia espiritual de la existencia. El culto a la muerte no es más que el culto a la vida.
Al apreciar las pinturas de la Tumba de Huijazóo, entendemos la razón de la existencia y producción artística de Miguel Cabrera, Rodolfo Nieto, Rufino Tamayo, Rodolfo Morales, Francisco Toledo y una corriente viva, fuerte y desbordante de pintores, talladores en madera, ceramistas, tejedores, bordadoras, cuchilleros. “Raspando tantito”, en cualquier oaxaqueño se encuentra a un artista y a un campesino. Son miles de años de sabiduría y sensibilidad en “el banco genético cultural” de los pueblos de Oaxaca.
Es por esto que el Arte Popular de Oaxaca tiene un lugar muy especial en el mosaico artístico de México. El arte es el lenguaje del Espíritu, el oaxaqueño desde tiempos inmemoriales sabe articular este lenguaje en la piedra, en la madera, en los textiles, en la cerámica, en el acero, con el mimbre y la palma, en el oro y la plata, en la lana y en el algodón, en la piel y en el hueso. Manos de Luz que transforman con el corazón la materia y “la liberan” de su estado natural para humanizarla.