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Personajes

CARLOS RENDON


Escrito por Guillermo Marin el .

Muchos oaxaqueños se van al Norte en busca de la ilusión de una vida mejor. Pero son pocos los que logran acrisolar el “sueño americano”, como Carlos Rendón y su familia.

En efecto, su relato de cómo fue luchando paso a paso y con mucho esfuerzo y sacrificio un espacio en la sociedad norteamericana, es un ejemplo para muchos migrantes de lo que se puede lograr con disciplina, autoestima y responsabilidad en la vida

La vida de Carlos y su familia nos hablan del potencial que los oaxaqueños poseen y que indiscutiblemente esta sustentado en los valores y principios de su ancestral cultura. Es aquí donde podemos apreciar y revalorar el legado cultural que nuestros Viejos Abuelos esculpieron en nuestro “banco genético de información cultural”. El amor a la familia, el respeto a los mayores, el honor y la dignidad, el hábito por el estudio y la superación. Y final mente, las buenas costumbres y los sanos hábitos. En la vida de Carlos Rendón se aprecia claramente como estos ingredientes y un poco de buena suerte le han permitido lograr tener una hermosa familia, con un nivel y una calidad de vida muy altas.

No ha sido “deslumbrado” por el brillo de los dólares y por la fanfarronería. Carlos es un hombre sencillo y con “los pies en la tierra”, que tiene muy profundas sus raíces oaxaqueñas y que generosamente ha decidido ser un PATROCINADOR de esta página.

“Mi nombre es Carlos Rendón Cruz y nací en la población de Valdeflores, Oaxaca en el año de 1964. Nosotros hemos  sido una familia migrante. Cuando tenía 4 años mis padres emigraron a la Ciudad de México y como a mi mamá no le gustó la ciudad de México, Mi papá era campesino y tenía sus animales y sus tierras, pero por problemas del pueblo tuvo que salir y después vender. Después nos fuimos a vivir diez años en la ciudad de Puebla y ahí falleció en 1976.

Por esta razón mi mamá decidió que nos regresáramos a vivir al pueblo. Mis dos hermanas mayores se quedaron a vivir en Puebla y los tres menores nos fuimos con mi mamá a Valdeflores. Terminé la primaria en puebla y entré a la secundaria técnica de Zimatlán. Ahí estudié para “mecánico automotriz” y cuando terminé la situación económica estaba muy difícil y tuve que dejar de estudiar. En aquellas épocas la única opción era ir a estudiar a la ciudad de Oaxaca y mi mamá no tenía dinero para ese gasto. Ese año me la pasé trabajando de pastor, teníamos como 15 chivos. Contábamos con una pequeña parcela como de una hectárea y la trabajaba. Mi mamá luchó mucho para que nosotros fuéramos a la escuela.

En ese tiempo sólo diez jóvenes fuimos a la secundaria en todo el pueblo. Muy pocas personas querían mandar a sus hijos a la escuela, todos los mandaban al campo. Sólo las gentes que tenía un medio de vida, como una tiendita o una profesión, y que nos les preocupaba la agricultura, se preocupaban porque sus hijos estudiaran. En cambio mi mamá tenia la idea que para que consiguiéramos buen trabajo teníamos que estudiar. Al menos con secundaria ya podía conseguir un trabajo en la ciudad. Porque nosotros, sin terrenos en el pueblo, sin estudiar... íbamos a ser peones toda la vida. Mi madre dijo, “te doy escuela y te vas a buscar trabajo a la ciudad”.

Al siguiente año que iniciaron las inscripciones le dije a mi mamá que quería seguir estudiando. Me inscribí en el bachillerato de Santa Lucia del Camino, acudiendo al curso para regularizarme y aprobé el examen pero tenia que trabajar para poder pagar los gastos de mi estudio. Me puse a trabajar como ayudante de zapatero y empecé a reparar calzado. Eso me permitió ir a la escuela hasta Oaxaca por las mañanas, regresar, comer, hacer la tarea e irme a trabajar. Para eso una de mis hermanas grandes se había regresado de Puebla y trabaja en una tiende de departamentos. Como ella les dijo a sus compañeras que yo reparaba zapatillas, pues me traía mucho trabajo de la ciudad. Con eso me pude pagar los gastos de la escuela. Me tenía que levantar a las 4 de la mañana para agarrar el autobús y llegar a Oaxaca a las 5 y de ahí tomar otro para la escuela.

Para mi hermano y yo, nunca nos llamó la atención el irse al Norte, porque según nosotros, como íbamos a la escuela, nunca íbamos a batallar para conseguir trabajo. Porque nosotros veíamos que los migrantes de esa época llegaban con su buena ropa, con sus buenos zapatos, con su dinero... pero pasaba un tiempo y después ya no tenían ni dinero ni nada. Y ya se querían regresar, entonces se ponían a vender lo que traían y a pedir dinero prestado. Ya traían malas costumbres. Y nosotros veíamos que eso lo aprendían en Estados Unidos, pues ya les gustaba la marihuana, la cerveza, el vino. Y yo me decía, ¿para eso voy a ir al Norte? Mejor me quedo aquí. Los migrantes van y vienen y nunca hacen nada. Qué chiste le encuentro ir para allá, si la razón de irse para allá es para progresar. Dejan la familia aquí, mandan dinero para hacer la casita, pero veíamos que no pasaba eso.

Pasa el tiempo, mi hermano pasa a secundaria y yo termino el bachillerato. Mi idea era entrar a trabajar a alguna automotriz o seguir la carrera de “mecánico automotriz” o irme al ejército, yo quería ser piloto aviador del ejercito... ese era mi sueño.

Como el sueldo de mi hermana no era suficiente para comer, mi hermana consigue la distribución de zapatos a consignación. Pero como en el pueblo no había dinero, llegaba la gente y le pedía los zapatos fiados, la cuenta fue creciendo cuando de repente mi mamá ya debía 25 mil pesos, que en ese tiempo (1983) era un dineral. El distribuidor de los zapatos suspendió el crédito y pidió que se le pagara. Fue un tiempo difícil y pasaba el tiempo y la deuda estaba pendiente. Con el sueldo de mi hermana no había ni para un abono y el señor ahí prendido exigiendo su dinero. Yo termino la escuela y lo importante era pagar ese dinero. Empiezo a buscar trabajo en la ciudad ni no encuentro, en todas partes “que no hay, que no hay”. Cuando uno sale de la escuela piensa que porque ya lleva uno el título ya va estar el trabajo. Empezó el peregrinar de un lado a otro buscando la ansiada posición para trabajar y no llega. Pasan 6 meses y la digo a mi mamá, “voy a México a ver si puedo entrar a la aviación”. Voy a México y no tengo una recomendación para entrar a estudiar.

Me dicen que ya no hay lugar y que regresara al siguiente año, cuando se vuelva a abrir la etapa de admisión, “ahorita ya no hay lugar”. Y me di cuenta que llegaban otras personas y decían, “vengo de parte de....”, como reclamé, me dijeron “como tu no tienes quien te recomiende, no vas a pasar”.

Así que me regresé para Oaxaca, vino la navidad y seguía la deuda y yo no quería agarrar cualquier trabajo. Yo quería ejercer lo que había estudiado. Ya para ese tiempo la mayoría de mis amigos de la secundaria ya se habían ido al Norte. Fue entonces que empecé a pensar en el ir al Norte para poder pagar la deuda. Pensaba que sí me iba 6 meses y pagaba la deuda me regresaba y seguía buscando trabajo. Mi mamá al principio me decía que no, que le siguiere buscando en la ciudad, pero pasó el tiempo y nada, el dueño de los zapatos cada vez poniéndose más exigente con los trámites legales porque quería su dinero. Fue cuando mi mamá me dijo, “pues bueno, ve a ver que pasa, pero 6 meses manda más”. Mi mamá consiguió con un primo, otros 25 mil pesos, para que yo me pudiera hacer el viaje.

Cómo no crecimos en el pueblo, nadie me quería llevar para el Norte. Al último, una persona que nunca había ido al Norte aceptó llevarme con él en el grupo de muchachos que se iban al Norte. Mi mamá sólo pidió que me acompañara hasta Tijuana, pues yo llevaba dos direcciones en California.

Salimos a las 6 de la tarde de Oaxaca un 20 de febrero de 1984 en el ferrocarril, un grupo de personas de mi pueblo. En el camino nos hicimos amigos. En la ciudad de México tomamos un autobús a la frontera. Llegamos a Tijuana, otro mundo diferente al que yo conocía. Era una selva en la que todos se quieren comer a todos. Yo viví en Puebla, en Oaxaca y en el D.F., pero Tijuana me pareció Oaxaca y en el D.F., pero Tijuana me pareció un monstruo.

Cuando llegamos a Tijuana se acabaron los amigos del viaje, ahí nadie conocía a nadie. Y los que no conocíamos, pues nada más nos quedó andar siguiendo a los que sí sabían. Lo que hacían ellos lo hacíamos nosotros. Ese mismo día a las 6 de la tarde ellos ya habían conseguido coyote para que los cruzara... y ahí vamos los dos tras ellos. Hablamos con los coyotes y nos dijeron “traes dinero, traes dirección y te voy a cobrar tanto”. Cruzamos la frontera como a las 7 de la noche, ahí esperamos hasta como a las 2 de la mañana, escondidos caminando de a poquito en poquito. En ese tiempo todavía había mucha vegetación en la frontera y cuando llegaba la migración o el helicóptero que le decían “el mosco”, nos metíamos a la maleza y nos decían que no miráramos a la luz porque te van a brillar los ojos. A las 4 horas que llega el mosco y a correr y a esconderse, y uno de nuevo se queda pardo.

Para los de la patrulla fronteriza no somos personas, para ellos somos invasores, estamos cometiendo un delito y a ellos no les importa sí té pasa algo. Pues sí se espanta uno sin conocer. Después de que pasó el helicóptero nos dijeron que siguiéramos adelante porque se venía el cambio de guardia. Así que todos bajamos a San Isidro, pero nos ven y pues luego luego nos empiezan a seguir, hasta que nos agarran y ahí vamos para Tijuana otra vez.

Pero que nos dice el coyote, “pero todavía es temprano, podemos regresarnos”, y ahí vamos de nuevo la misma ruta y llegamos a San Isidro como a las 6 de la mañana. Empezaba a clarear y el coyote nos dijo “espéreme aquí voy por el vehículo”. Regresó a la media hora con dos carros grandes y nos dijo que nos subiéramos y nos tiráramos abajo, para que no se vieran las cabezas.

Yo tenía 19 años, pero me veía como de 15 y el coyote me dijo que yo me sentara, para que pareciera su hijo. Nos llevaron a Encinitas en donde uno de los señores tenía conocidos. Esa era la primera parada que iba a hacer y por la dirección que yo traía, según que iba a ser el último. Y cual fue mi sorpresa que el amigo que andaba buscando, ahí estaba en esa casa. Mi amigo vio si me podía quedar en esa casa y resultó que el dueño de la casa era amigo de mis hermanas y ahí me quedé.

Empecé a trabajar en un invernadero. Plantar, regar, cortar y cargar los camiones con claveles. A la primera semana ganamos 140 dólares y según mis cuentas a ese sueldo en un mes pagaría las dos deudas de mi mamá, la de los zapatos y la mía. Mi mamá me escribió para decirme que, cómo era posible que le enviara tanto dinero. Era mucho dinero para mi mamá en Oaxaca, pero en el Norte algunas personas ganaban 670 dólares por semana. Y yo decía... “140 no es tanto, pero a mí me sirvió y me ayudó a pagar la deuda, yo quedé agradecido por ese dinero y por el trabajo”. Le dije a mi mamá, que ya salimos de apuros, pero dejame “acompletar” los 6 meses para que valga la pena el viaje. A fines de Agosto es la feria de mi pueblo, pues se celebra la Virgen de los Remedios y quedé con mi mamá que me regresaba para la fiesta. Me adentro en la situación del estar trabajando de ilegal, conozco los peligros de la migra, pues en ese tiempo las camionetas de teléfonos se parecían a las de la migra y nos metían cada susto, pues las veíamos y nos echábamos a correr

Me dijeron que existía una escuela para prender ingles por las tardes y yo dije: ¡en donde! Quiero ir díganme en donde. Me inscribí en la escuela para aprehender ingles. Como había estudiado ingles en la secundaria y en el bachillerato sabía muchas palabras, pero no sabía como usarlas. Aprender ingles me ayuda para que se me empieza a facilitar las cosas en California. Pasan los meses y yo sigo mandando todo mi dinero, solo me quedo para la renta y la comida, mandaba todo para la casa. Y llega agosto y me regreso a mi pueblo, mi mamá dice que ya se terminó la meta que nos propusimos. Sin embargo, mi hermano ahora se quería ir al Norte. Yo siento la decepción en México de que no hay trabajo, de no poder entrar a la aviación y de ver en el Norte el trabajo y el dinero. Que se aprende a que cuando te saca la migra se puede regresar de inmediato, en 6 meses la migra me sacó 4 veces. Entonces yo me decía... ¿cuáles obstáculos? Ya no tenía preocupación pues trabajo había, dónde vivir había y lo principal, estoy mandando dinero para la casa.

Mis amigos de aquella época decían sobre mí, “no cabe duda que la escuela los vuelve más listos”, yo era el único que había terminado el bachillerato y me defendía mejor y no me costó mucho trabajo aprender ingles.

Me traje a mi hermano y agarramos otro trabajo en el que cada uno hacía 200 dólares por semana. Como no teníamos vicios, juntábamos 1600 dólares al mes. En México en ese entonces era un dineral y nuestra idea era hacer nuestra casa y regresar. Al año nos regresamos los dos a pasar la Navidad, pasaron las fiestas y se queda muerto todo en el pueblo y mi hermano me dijo, “mejor nos vamos”.

Nos regresamos y seguí estudiando ingles como 3 años. Nos adaptamos muy bien. En ese entonces, como viví la situación económica del pueblo, dije que nunca me iba a casar. Hasta que no vea que estoy bien, no me caso, pero a los dos años me caso con mi novia María. A partir de eso entendí que no había regreso. Por la llegada de los hijos me puse a buscar un mejor trabajo, pues en la agricultura no había beneficios, vacaciones, pagos extras, solamente el pago mínimo. Empecé a hablar el ingles, saqué mi licencia para manejar y me empecé a dar cuenta del tipo de vida y que existen otro tipo de trabajo.

En ese entonces, me llega un papel de información de la naval de aquí y lleno el folleto y lo mando. Como al mes me hablan por teléfono, que si estaba interesado me daban una platica sin compromiso de nada. Me convencen que me podía ayudarme al pertenecer a la naval en la reserva. Y como yo desde siempre quería estar en las fuerzas armadas, esa era mi oportunidad. Me ayudó mucho que yo sabía hablar ingles, que era mecánico y mis diplomas de estudio de México, fue fácil ingresar a la naval.

Al batallón que me mandan había puro gringo, no había mexicanos. Entonces tuve que enfrentar la discriminación. Se hicieron los grupos y a mí me dejaron solito. Hasta que nos mandan dos semanas a aprender lo que era la naval y ahí me los gané porque les dije que había decidido entrar de reservista por todo lo que me había dado este país, que lo que les iba a dar a mis hijos en mi país no se los hubiera podido dar. Con eso me los gané. Mi contrato era de 8 años, pero al séptimo año vino la guerra.

Pero por pertenecer a la reserva de la naval se me empiezan a abrir otras puertas. Por mi corte de cabello, por la actitud, la gente me empezó a tratar de manera diferente. Al cruzar la línea, con la identificación militar, nada de “que traes a dónde vas. Pasale, esta es tu casa”.  El echo de que en el 84 cruzar el cerro y con la tarjeta esa, que te abren las puertas, yo me sentía en las nubes.

Por todo eso, empieza a subir mi nivel económico. Nosotros no somos callejeros, bailadores, no somos tomadores ni nos gusta andar en problemas. Nos gusta salir con la familia, por lo mismo mis hijos son buenos estudiantes. Tengo dos niñas y dos niños. La mayor se llama Jessica y tiene 19 años y esta estudiando Justicia Criminal y quiere ser oficial de policía, esta en ese proceso. La segunda se llama Carolina, tiene 17 años y gradúa de lo que en México es la preparatoria, quiere estudiar administración de empresas. Los niños me vinieron seguiditos, está Carlos de 16 años en prepa e Ivan de 14 años en secundaria, uno quiere estudiar arquitectura y el más chico quiere ser piloto.

Para iniciar el último año de mi contrato con la naval, empieza el rumor de que habrá una guerra y al principio nos dicen que no nos preocupemos que nosotros no iremos. Pero en noviembre del 2002 me hablan por teléfono a la casa y nos dicen que tengamos las cosas listas para salir, por sí acaso. En enero me dijeron que me iba y partimos el 20 de febrero del 2003. Yo estaba en el batallón de ingeniería de la naval. Nuestra misión era construir puentes y facilitar el paso del ejercito. Llegamos a la frontera y era

un hervidero de solados. La noche del inicio de la guerra los aviones pasaron volando a atacar y como a las 4 de la mañana nos dan la orden de avanzar. En mi batallón éramos 5 mexicanos de 200 hombres. Uno de Chihuahua, una de Sinaloa y tres oaxaqueños. Yo estuve en Irak 203 días. Fue muy difícil la espera y al principio, pues uno no sabía si iba a regresar a ver a su familia y como decían que Sadan ten tenía armas químicas, pues todos teníamos miedo de morir. A los 15 minutos que cruzamos empezó la balacera y cada batallón tenía su misión, pero en el desierto y a obscuras, fue una total confusión.

Fueron días muy difíciles. Las tormentas de arena, la incertidumbre, los compañeros que les entraba el pánico y se convertían en una carga, no había baños y faltaba el agua. Cuando había agua todos desperdiciaban el agua, tomaban medias botellas y las tiraban. Yo en mi camión iba guardando toda el agua que desperdiciaban los gueritos y la usaba para lavarme la cara, la cabeza, el cuerpo, los pies. Los otros nunca hicieron eso, después de 14 días se nos agotó el agua, el agua que ellos habían tirado luego me la estaban pidiendo. Los gueros parecían negritos de lo cochinos, el calor, el polvo, el sudor y la falta de higiene hicieron que todos se rozaran. Tres semanas fueron las feas.

Cuando llegamos a Bagdad todo se acabó. Como ya no se necesitaron los puentes, a mi batallón de ingenieros nos pusieron a construir barricadas. Anduvimos por todo Irak, especialmente en la zona Sureste.

Al final tuvimos que recoger todo el material. Tuvimos que arreglar y limpiar mil setecientas piezas, entre equipo pesado, camiones y camionetas. Nos dijeron que mientras no acabáramos de arreglar el equipo no regresábamos a casa. Nos la pasábamos haciendo mecánica, sacábamos como 30 vehículos por día entre 12 mecánicos. Logramos arreglar mil cien vehículos. Volamos de Kuwait a Roma y de ahí a Atlanta, para llegar a la base militar de Ventura, en California.

La familia nos estaba esperando y fue muy emotivo el regreso.

Al regreso me he enfocado en la mecánica industrial. Actualmente trabajo en una compaña minera que produce grava y piedra. Yo soy el responsable de la producción primaria, donde se encuentra la trituradora de piedra. A esas maquinas les doy mantenimiento. En mi trabajo anterior me pagaban 12 dólares la hora y aquí para empezar me dieron 14.50 más todas las prestaciones. A mí me interesó porque eran 2.50 dólares más por ahora. Al principio me tuvieron 3 meses a prueba. Tenía que limpiar las bandas con una pala, no me dejaron utilizar maquinaria. Como vieron que sí pude y que podía hacer el trabajo y que no me iba a ir, puedes usar la maquinaria y me dieron 16.50 la hora. Más tarde me encargué de todo el mantenimiento y ya llegué a lo más alto en esta empresa.

Nuestros planes, de mi esposa y yo, a corto plazo es la educación de nuestros hijos. Darles la oportunidad que sean personas de bien. Nos faltan 5 años para que los hijos terminen de estudiar. Después, yo tengo la intención de meterme a estudiar a la universidad. Cuando me retire quiero irme a vivir a Oaxaca y venir seguido a ver a mis hijos. Nosotros seguimos unidos a nuestra comunidad y participamos en un grupo de ayuda al templo de mi pueblo. Nosotros colectamos dinero para las bancas, la pintura, el piso, la construcción y el mantenimiento. Oaxaca es mi tierra y mi casa. Mi mamá nos enseñó que nuestra segunda madre era Oaxaca. Nosotros cada año vamos para allá. Para mí es un orgullo decir que soy de Oaxaca.” 

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