AGUSTÍN ALLENDE
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Nuevamente aquioaxaca emprendió el camino al más alto de la Sierra Mazateca, en busca de un hombre de conocimiento de la cultura mazateca. Salimos de los valles de la ciudad de Oaxaca e iniciamos la subida hacia Telixtlahuaca. Subimos a lo más alto de la cresta de la Cañada, done a mano izquierda se siente un abismo y en la lontananza se mira la árida región mixteca. Empezamos a bajar por una serpentiante carretera que viaja sobre uno de los bordes de la cañada que une los Valles centrales con el Valle de Tehuacan y de ahí con el Valle de Puebla.
Carlos Pellicer algún día escribió que “Viajar por las carreteras de Oaxaca, es como volar sin alas”. En efecto, las elevadas montañas nos reglan esplendidos paisajes. De la fría montaña llegamos a un clima cálido y tropical. El Río Salado acompaña cantarino a la carretera que pasa por Cuicatlán y llega hasta Teotitlán del Camino. Ahí se encuentra la desviación que sube a la Sierra Mazateca. El asenso es impresionante y el camino bellísimo. A mano izquierda el conductor puede ver en la inmensidad del espacio, el Valle de Tehuacan. Cuando se alcanza el techo de la Sierra mazateca el clima vuelve a ser frío.
La vegetación se vuelve cerrada y los bosques empiezan a predominar hasta llegar a un “puerto”, de ahí poco a poco el clima se hace un poco más cálido a medida que la carretera desciende, clima ideal para sembrar café. Es impresionante el macizo montañoso. Los pueblos “colgados” en las montañas se pueden casi tocar con la mano, pero para llegar a ellos se necesita bajar y subir cañadas y montañas.
Finalmente llega uno, después de 5 horas de curvas, al Tibet mexicano. Hay algo más que una semejanza física y climática. Se siente la milenaria energía que esas montañas impregnan en la atmósfera y en la gente. En Huautla se siente a la tierra viva y totalmente unida con el cielo. Las construcciones en se “cuelgan una de la otra” en la escarpada ladera.
Huautla es una metrópoli cosmopolita encalvada en lo más alto de las montañas oaxaqueñas. Visitar Huautla es abrir los sentidos y desprenderse del lastre terreno de la vida plastificada del asfalto y el estrés. No se exagera cuando decimos que es una metrópoli cosmopolita. No sólo extranjeros y paisanos de todas las latitudes, sino también podemos ver zapotecos, chinantecos y mixtecos. Huatla es un centro comercial de gran importancia. Especialmente los domingos que es el día del tianguis.
Pasamos a comprar víveres al mercado y seguimos nuestro camino en dirección de Tuxtepec. Cuando uno visita a familias campesinas, es muy conveniente llegar con comida para la cocina. La gente del campo es muy generosa y siempre comparte su casa y su comida con el visitante. A unos cuantos kilómetros dejamos la carretera y empezamos a subir por una terracería las montañas hacia la parte más alta. Después de un trecho, tuvimos que dejar el vehículo y seguir a pie hasta llegar a las casas de la familia Allende.
En lo más alto del “Cerro de la Adoración” viven cinco hermanos con sus familias y su mamá, la señora Angelia. Tenía un año que habíamos conocido a Agustín, quien es campesino y se dedica a sembrar maíz, fríjol y calabaza.
Agustín esta casado con Gabriela y tiene tres hijos. Cuando tenía 15 años doña Angelina lo introdujo en el maravilloso mundo de los hongos alucinógenos. Pues Agustín fue el único de los 5 hermanos que tiene el “don” para sanar. Doña Angelina desde hace diez años lo instruye en el arte “del honguito” y siempre que “trabaja” esta a su lado para apoyarlo. Angelina es una mujer reservada, callada y deja que su hijo tome la iniciativa. Cuando obscureció se inició la ceremonia en una habitación de la casa.
Doña Angelina y Agustín empiezan a preparar los hongos con mucha devoción y gran cuidado. Se les trata como seres vivos y con mucho respeto. Generalmente se les pone en hojas de plátano. Existen de tres clases: Derrumbe, Pajarito y San Isidro. El “honguito” le ha enseñado a Agustín todo cuanto sabe. Sus rezos, sus canciones, la cantidad de “pares” que cada persona necesita. Cómo sahumar y limpiar a los pacientes. Su voz es fuerte y sonara, pero muy acogedora y amigable.
Después de rezar y ofrendar los hongos en el altar de la casa, la ceremonia prosigue al apagar la luz y quedar totalmente a oscuras. Agustín reza algunas oraciones en español y luego sigue en lengua mazateca. Su voz cubre toda la habitación y la envuelve en una cascada de sonidos monótonos y rítmicos, que ayudan a soltar las amarras de la presesión.
El mundo y la cultura en la que viven los mazatecos son mucho muy fuertes, espiritual y físicamente. La sencillez, la austeridad y sobriedad de su vida no es una deficiencia, por el contrario, para ellos es su fortaleza y la única forma de sobrevivir quinientos años de injusticia, atropellos y negación. La fortaleza espiritual, su contacto con lo inconmensurable y su humildad, son su gran potencial. Los mestizos no entendemos cabalmente este mundo que el colonizador nos ha enseñado a despreciar.
La generosidad de la cultura indígena en general y de los mazatecos en especial es indescriptible. A pesar de las agresiones históricas, siguen recibiendo al forastero con los brazos abiertos y le dan lo mejor de sí mismos y su cultura. Es una costumbre y una tradición que “el honguito” le ha enseñado a la gente.
Agustín le pone en los brazos, la nuca y el estómago “Pastora” a sus pacientes para que el honguito sea benigno con ellos. Durante toda la noche, la habitación totalmente a oscuras, es mantenida con los rezos y cantos de Agustín, doña Angelina y Gabriela, la joven esposa. La sabiduría ancestral va guiando a los participantes. En ningún momento están solos y siempre están “vigilados” por la madre y el hijo.
Resulta muy difícil relatar lo que implica una experiencia de este tipo. Pueden pasar varias cosas: qué el hongo “rechace” a la persona y ésta vuelva el estómago sin mayor efecto. Que la persona no pueda profundizar en sus adentros y que todo quede como una alucinación psicodélica o que la persona, con ayuda de la sabiduría milenaria realice una introspección a sí mismo y a su mundo, con resultados maravillosos al “sanar espiritualmente”.
Sea como fuere, lo cierto es que este es un conocimiento ancestral de la civilización del Anáhuac y en Oaxaca todavía sigue vivo, presente y vigente. En las montañas de Huautla, mucha gente logra la salud física al sanar el espíritu a través de esta milenaria ceremonia.