MIGUEL CABRERA.


Escrito por Guillermo Marin el .

Uno de los pintores más famosos del Periodo Virreinal es Oaxaqueño, su obra se encuentra en los templos más importantes de México y Guatemala.

Se inició en el arte de la pintura en su Oaxaca natal, formándose con un pintor local. A los 24 años se trasladó a la capital para continuar su formación y abrir un taller en el que realizó un buen número de obras. Entre ellas destacan los retratos de sor Juan Inés de la Cruz y del arzobispo Rubio Salinas, la decoración de la iglesia de Taxco y la Virgen del Apocalipsis. Alcanzó un importante prestigio por lo que fue elegido presidente de la recién creada Academia de Pintura de México en 1753.

 

 Miguel Mateo Maldonado y Cabrera fue el nombre completo de este artista que define mejor que ninguno otro el quehacer plástico de mediados del siglo XVIII. Nacido en Antequera de Oaxaca en 1695, hijo de padres no conocidos y ahijado de una pareja de mulatos, acaso formado en el taller de José de Ibarra, inicia su actividad artística y matrimonial hacia 1740

 

 

Se comprometió como contratista a la ejecución de los retablos de la iglesia jesuita de Tepotzotlán, en compañía de Higinio de Chávez, maestro de ensamblador, a partir de 1753. En ese mismo periodo realiza las telas de Santa Prisca de Taxco y su sacristía, que forman un magnífico conjunto pictórico que resume el estilo de este artista. Asimismo, es autor de grandes pinturas relativas a vidas de santos: Vida de San Ignacio (la Profesa y Querétaro) y Vida de Santo Domingo en su monasterio en la capital, destinadas a decorar los muros de sus claustros altos y bajos. Se le atribuyen trescientas obras. Fue pintor de cámara del arzobispo de México, Manuel Rubio y Salinas; gracias a él, una obra suya, la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, llegó a la vista del Papa Benedicto XIV, quien admirado exclamó cómo en ninguna nación había ocurrido tal milagro como en la Nueva España, en el cerro del Tepeyac. Esto convirtió a Cabrera en el pintor guadalupano por excelencia. Exitoso, apremiado por muchísimos encargos de religiosos y particulares, es probable que haya formado un gran taller, desde donde eran realizadas las decenas de obras encargadas por tan vasta clientela.

Miguel Cabrera destaca en el género del retrato. No se reduce a la aplicación de recetas y convenciones, sino que a pesar de ellas proyecta a los sujetos, siendo el pintor de su situación pero también de su individualidad. Sus magníficos retratos de monjas, Sor Juana Inés de la Cruz (Museo Nacional de Historia), Sor Francisca Ana de Neve (sacristía de Santa Rosa de Querétaro) y Sor Agustina Arozqueta (Museo Nacional del Virreinato, en Tepotzotlán), son tres homenajes a la mujer: a su intelecto, su belleza y su vida interior.

Obra notable, es el magnífico retrato Doña Bárbara de Ovando y Rivadeneira y su ángel de la Guarda, así como el extraordinario retrato de doña Luz de Padiña y Cervantes (Museo de Brooklyn) y el no menos notable que hizo de la Mariscala de Castilla. Pintó a Fray Toribio de Nuestra Señora (templo de San Fernando, ciudad de México), el Padre Ignacio Amorín (Museo Nacional de Historia), el propio Manuel Rubio y Salinas (Taxco, Chapultepec y la catedral de México); a nobles y benefactores como el Conde de Santiago de Calimaya y los miembros del consulado de la ciudad de México.


Destacó como pintor costumbrista, es autor de Castas, serie de dieciséis pinturas, de las cuales conocemos doce (ocho están en el Museo de América en Madrid, tres en Monterrey, y otra en los Estados Unidos). Miguel Cabrera muere en 1768.

 

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